Alumnos retante: el caso del boquerón

22 Sep Alumnos retantes: el caso del boquerón

Lo más importante que aprendí en aquella formación era lo que Juan, nuestro profesor de primeros auxilios, nos había enseñado el primer de clase: «La tarea más importante cuando llegues a tu piscina es descubrir quién es el más cabroncete y hacerte amiga de él. Si lo consigues, vivirás uno de los veranos más tranquilos de tu vida».

En aquel momento no entendí demasiado bien a qué se refería. Estábamos demasiado ilusionados con el inicio de aquellas clases, con toda la novedad y con convertirnos en protagonistas de aquella serie de «Los vigilantes de la playa». Había empezado nuestro curso para convertirnos en socorristas.

PISCINAS QUE SE CONVIERTEN EN AULAS

Superamos las pruebas y llegó nuestro primer día de trabajo. Yo conseguí trabajo en una piscina de un pueblo pequeño. El primer día y en solo media hora, conseguí entender todo lo que Juan nos había explicado. Para él una piscina era como un aula con distintos alumnos a los que atender, con los que interactuar e incluso a los que podías enseñar y educar en distintos aspectos.

Como te decía, media hora después del inicio de mi turno, uno de los aros salvavidas estaba dentro de la piscina. Mientras me aproximaba a la piscina para indicarle que lo sacaran, otro chaval del grupo había metido el salvavidas de la parte opuesta. Me dirigí hacia ese punto y desde otro metieron otro salvavidas, y al rato había hasta una silla dentro del agua. De ese modo descubrí en solo media hora quién era el artífice y director del grupo: «el Boquerón» (ese era el apodo por el que sus amigos lo conocían).

ESTRATEGIAS PARA MARCAR LA DIFERENCIA

Justo desde el primer día inicié toda una planificación estratégica: cada tarde cuando llegaba a trabajar pasaba por al lado del boquerón y decía:

– Hola, buenas tardes.

Él no respondía, prácticamente ni me miraba, pero yo cada vez que volvía a pasar por su lado, volvía a la carga:

– Hola Boquerón, ¿qué tal va la tarde?.

Y así estuve durante días, sin ningún tipo de respuesta por su parte hasta que un día me dijo al saludarle:

– Mmmumm.

Bravo, lo tenía. Después de insistir había conseguido que dijese algo aunque fuese un simple sonido. Para mi era un verdadero premio. No era una conversación, no era ni tan siquiera un par de palabras, era un sonido pero me sabía a la mejor interacción del mundo que había tenido hasta el momento. Días después, yo continuaba insistiendo:

– ¡Hola boquerón, buenas tardes! ¿Qué tal va?

– ¿Y tú por qué me saludas?- respondió él.

– Hombre pues porque estás aquí, paso por delante de ti y por respeto algo tendré que decirte ¿No crees? Además, me interesa de verdad saber algo más de ti.

Solo recuerdo aquella mirada fija de él. Me miraba como si pensara que estuviera completamente chalada pero la media sonrisa que se le escapaba y el brillo en los ojos me decían a gritos que no era habitual que en su vida la gente le tratase con cariño y con respeto.

Aquel día sentí que me llevaba el mejor sueldo que me podía llevar a mi casa. La insistencia, la constancia, el pensar que aquel ser humano valía la pena tanto como para estar ahí ante sus golpes bruscos, habían hecho que se abriese la posibilidad de comunicarse con él.

Y a partir de ahí todo empezó a cambiar: entraba, le saludaba (él buscaba ese momento de saludo humano, cargado de sinceridad), me devolvía el saludo…¡y hasta sonreía! Sinceramente no puedo expresar con palabras qué es lo que se siente al mirar aquellos ojos. El Boquerón, después de cada saludo ofrecía un agradecimiento como nunca antes había visto, esa mirada en la que me decía que se volvía a sentir “alguien” para el mundo, que empezaba a recuperar la confianza en el ser humano.

Así fue transcurriendo el verano. Pero el Boquerón ya no era simplemente el que estaba con sus amigos pensando la siguiente gamberrada para la piscina. El Boquerón se había convertido en mi ayudante: se sentaba en una silla a mi lado y cuando veía que alguien iba a hacer alguna trastada decía con voz firme:

– Ahora no que está Reme, si quieres eso lo haces a la tarde cuando esté Paco.

Y así fue como una piscina se convirtió en un espacio de aprendizaje, crecimiento y desarrollo tanto para el Boquerón como para mi. ¡Mil gracias Boquerón!

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